miércoles, 16 de enero de 2013

XX Agreguerías. Parte XXIV.


CDLXI.
Las llaves son niñas a las que les gusta jugar a las escondidas.



CDLXII.
Desde la infancia “Macedonia” me suena a “cerámica”.



CDLXIII.
Al escuchar el nombre “El Perú” inmediatamente pienso en “la llama”. (La agreguería no está en el texto sino en el proceso mental.)



CDLXIV.
La letra d es una p que nos ve de cabeza.



CDLXV.
La g es el matrimonio de la o con la j, donde la última perdió su nombre de soltera.



CDLXVI.
El acuarelista se siente como pez en el agua cuando pinta un paisaje con lago.



CDLXVII.
El reloj enterrado en la arena es el tiempo eterno muerto.



CDLXVIII.
Las casas están llenas de venas: tubos de drenaje, cables de luz...     



CDLXIX.
El día en que se mueren, las personas prefieren no levantarse de la cama por el dolor de espaldas que les da.



CDLXX.
El chile es una nariz sin cara.



CDLXXI.
Con la mitad de la cara cubierta por el abanico, la geisha analiza si le mostrará al hombre todas las cartas de su juego.



CDLXXII.
¡Quiero hacer un brindis por las copas de los árboles!



CDLXXIII.
A las siluetas les gusta ir a la sala de cine.



CDLXXIV.
Ese eco ya lo había escuchado antes.



CDLXXV.
Los biógrafos también se mueren al final del libro.



CDLXXVI.
Le estoy contando un cuento al libro que leo.



CDLXXVII.
A veces al mar le gusta peinarse con copete de ola.



CDLXXVIII.
No Ramón, maestro, “las rosas no se suicidan”; las rosas simplemente se cortan las venas.



CDLXXIX.
Cuando en la calle nos topamos con alguien que creemos conocer, mentalmente revisamos los fotogramas de la película de nuestra vida para ver si damos con su rostro.



CDLXXX.
Como el vino que se hace vinagre con el tiempo, el semen de la juventud se nos convierte en orines de ancianos.








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