miércoles, 20 de marzo de 2013

XXV Maxinimias, parajodas, refracciones, desdichos y mandamentadas. Parte 5.


CI.
Decagálogo. Mandamentada (4).

Nunca seas lo que eres realmente: la sociedad premia a los mentirosos.



CII.
Yo no soy igual a nadie: soy peor.



CIII.
La única manera en que se unen las personas realmente, es para romperle la madre a quien las quiere fastidiar.



CIV.
Siempre he concebido al matrimonio como una estupidez. De tal modo que si llego a casarme no sería sino por estúpido.



CV.
Dispongo de tantos dolores corporales que me puedo dar el lujo de escoger por cuál me quejo más.



CVI.
Soy un hombre hecho y desecho.



CVII.
Muchos pretenden justificar su hijoputez con la estupidez.



CVIII.
Mi dominio de la lengua —de la mía— me permite burlarme de las personas en su propia cara, sin la necesidad de que entiendan algo... nada.



CIX.
Las personas que se pasan de vivas casi siempre terminan muertas.



CX.
Mexicanitos: ¿las huellas son las hembras de los güeyes?



CXI.
Yo no juzgo a la gente, simplemente la destrozo.



CXII.
No tengo dinero porque ya estoy pagado de mí mismo.



CXIII.
Tengo serios problemas de autoestima: ¡Tengo demasiada!



CXIV.
Los que me ignoran son ignorantes.



CXV.
(Fórmula para combatir la pedantería de aquellos imbéciles que te reciben con las preguntas: ¿Dime? o ¿dígame?)

“Meee.”



CXVI.
Las patas de conejo son de buena suerte, excepto para los conejos.



CXVII.
¿Quieres deshacerte de alguien? Pídele un favor; o mejor aún, préstale dinero.



CXVIII.
Hay mujeres que necesitan cerrar las piernas para abrir los ojos.



CXIX.
Equívoco.

¡En la vida me han visto la cara de pendejo!



CXX.
Casi nadie sabe cómo comienza la infidelidad, pero todos sabemos dónde termina.



CXXI.
A estas alturas de la vida, estoy con-vencido de que ya sólo creo en que no creo en nada.



CXXII.
Parajoda: Experimentar la incomoda sensación de que un pendejo a quien no se respeta, tenga razón.



CXXIII.
Los alcohólicos pretenden tener más dignidad cuando están borrachos.



CXXIV.
La buena noticia es que ya no veo televisión; la mala, es que ahora no me despego de la computadora.



CXXV.
Prodigo a los animales el respeto que no me inspiran los seres humanos.






martes, 19 de marzo de 2013

Ciudad naturaleza.


 



[i] El diablo meaba sobre su cabeza. El cielo era su culo cerrado, pedorreador de rayos, latigazos de manos mojadas que se secaban en la suciedad de la jeta citadina sin nombre.

[ii] El gran perro oscuro mostraba la lengua sarcásticamente, antes de perderse entre los tonos negruzcos y grisáceos de la violencia vital: sonrió con la mirada antes de ser despanzurrado por un automóvil que le partió todo el puto esqueleto en mil pedazos de polvo hasta que lo sintió debajo de su trayecto etílico al Infierno. No alcanzó ni siquiera a lamentar su dolor atropellado.

[iii] Las tripas coloreaban el asfalto sombrío con su viveza sanguinolenta. Aún latía el corazón como un reloj cansado, lamía sus últimos instantes la piedra de cuero que sería devorada por gusanos. Concebiría moscas que procrearían enfermedades que expulsarían muerte transmitida en millones de patas ansiosas de esparcir su pequeña peste por doquier.

[iv] Las banquetas se ahogaban en el líquido pestilente que eyaculaban las cloacas, ¡vomitaban la mierda con que las habían alimentado! El aire levantaba el hedor y lo arrullaba entre sus brazos oscilantes como una ramera que deshecha en el excusado infinito dentro una bolsa de plástico el feto que le hizo un hijo de puta. Mear diabólico y cálido.

[v] ¡Apestaba a renovación! ¡El último grito se había emitido proveniente de las fauces orgánicas!

[vi] Los zapatos que oscilaban entre mantener el balance del titán y derribarlo se cubrían de opacidad.

[vii] La Tierra se sacaba a putazos la contaminación, peleaba ya sin fuerzas por no ceder ante la estupidez humana.

[viii] Había que arrancarse la mugre de la piel con los dientes podridos, descarapelarla hasta que los huesos manifestaran su fragilidad sin el arropamiento de la carne melancólica.

[ix] Lloraba de rabia el Cielo que otrora cubriera a la voluptuosa Madre de la Vida. Era el testigo impotente que la observaba sucumbir ante la maldad del monstruo enano.

[x] El smog despedido por el escape de un cacharro apagó su color cuando fue aguado por los escupitajos de la agonizante.


[xi] Él salió del anonimato que lo resguardaba del agua. Le sonrió al desecho perruno. Vio una lengua amoratada y unos ojos forzados a retribuirle el gesto.

[xii] Escurría la meada por todo su cuerpo. El calor corporal se evaporaba en la humedad: las palabras susurrantes se convertían en vaho.

[xiii] La indiferencia le dio la espalda a la calle. Cesó el llanto térreo. Tiritaba su eje cósmico.


[xiv] En el principio fue la calma escurrida. El silencio del suspiro hondo que nunca termina.

[xv] Unas manos transparentes le abrieron las entrañas a las nubes, y la cascada luminosa solar penetró poco a poco, hiriendo con sevicia la calma de los insectos que secaban sus alas con el imperceptible rocío de su vuelo interrumpido.





[xvi] Detuvo su andar. Se petrificó su conciencia. Contempló, sólo contempló. No existía el ruido. Observó: sintió un árbol renovado. El verdor de las hojas le lastimó la vista umbría de pavimento. Los ojos se le habían limpiado. Podía respirar con tal voluntad que temía dormirse en el lapso entre suspiro y expiración. No conocía este mundo.

[xvii] Una mariposa voló su último latir de alas multicolores ante su incredulidad. Se precipitó después.

[xviii] El frescor atacó las fosas nasales de los edificios personificados. Los hizo temblar: —No están acostumbrados a respirar libertad —pensó.

[xix] El concreto erosionado también revivió. Se agachó para recoger a la naturaleza armoniosamente muerta. La palma de su mano fue esperanza por siglos.


[xx] Un pedo del diablo le destroza el neuroesqueleto a un árbol viejo. Practica el fatídico ano su peluda precisión.

[xxi] Funesto preámbulo. La revancha atruena. Ha perdido la Tierra.

[xxii] Despiertan las blasfemias vehiculares. El ejército vengador mata con sus pisadas rutinarias y cansadas la apacible muerte de la mariposa. Él la aprisiona en su puño odioso.

[xxiii] Cae un gigantesco dedo fálico sobre su risa malévola. Su fin no es infortunadamente sino el inicio de otros como él.

[xxiv] En el único piso, ambas cenizas son meadas por el diablo, antes de dispersarse por el sonido destructor de un pedo.

lunes, 4 de marzo de 2013

XXV Maxinimias, parajodas, refracciones, desdichos y mandamentadas. Parte 4.


LXXVI.
Sin proponérselo, nuestros enemigos se convierten en nuestros mejores críticos.



LXXVII.
La gente cree que lo que le corresponde del beneficio es una obligación, y cuanto atañe a los otros, una imposición.



LXXVIII.
Una hermosa desconocida es un motivo agradable hasta que se le habla.



LXXIX.
Prefiero pasar un instante conmigo que el resto de la vida contigo.



LXXX.
Decagálogo. Mandamentada (2).

Ama a quien te odie: eso lo hará enfurecer.



LXXXI.
He visto los comportamientos más pueriles en adultos, no en niños.



LXXXII.
Los hombres vienen al mundo a embriagarse, y las mujeres a chingarlos por beber... y por todo lo demás.



LXXXIII.
Me extraña sobremanera que, siendo más inteligentes que los hombres, las mujeres toleren a los menos inteligentes.



LXXXIV.
Si algún día tengo un hijo, ojalá lo quiera tanto como a mis libros.



LXXXV.
Un hijo de la chingada siempre es el hijo de otra madre, nunca de la nuestra.



LXXXVI.
En los hombres nunca es real el arrepentimiento, sólo el engaño.



LXXXVII.
Las mujeres ni olvidan ni perdonan. Si te aceptan de vuelta en su vida sólo es para recordarte por el resto de la tuya lo que hiciste.



LXXXVIII.
Llamar a un restaurante que vende pollos masacrados, “el pollo feliz”. ¡Qué hijodeputez!



LXXXIX.
Poner a la gente más grosera en “atención al cliente”, “recursos humanos”...



XC.
Quienes te dejan de hablar se vuelven “más amigables” con los demás. Obsérvenlo.



XCI.
Ojalá que aquellos que tardan una eternidad en retirar dinero del cajero automático tengan una agonía igual de lenta.



XCII.
A quien le interesa tenerte de su lado, tú no le interesas en lo más mínimo.



XCIII.
No gusto de opinar sobre el trabajo, pero creo que deberían correr a todos los pendejos de este país.



XCIV.
No es lo mismo ofrecer una disculpa que humillarse.



XCV.
Hay “amistades” cuya pérdida no merece sino la celebración.



XCVI.
El ser humano es lo peor que le ocurrió a este planeta.



XCVII.
Ahora estoy más indispuesto a hacer algo que nunca estuve dispuesto a hacer.



XCVIII.
Yo sería incapaz de no hacerte eso.



XCIX.
Decagálogo. Mandamentada (3).

Manda a la chingada a la gente, estando tranquilo.



C.
Yo ya alcancé su tan socorrida “equidad de género”: soy tan misántropo como misogino.