[i] El diablo meaba sobre su
cabeza. El cielo era su culo cerrado, pedorreador de rayos, latigazos de manos
mojadas que se secaban en la suciedad de la jeta citadina sin nombre.
[ii] El gran perro oscuro
mostraba la lengua sarcásticamente, antes de perderse entre los tonos negruzcos
y grisáceos de la violencia vital: sonrió con la mirada antes de ser
despanzurrado por un automóvil que le partió todo el puto esqueleto en mil
pedazos de polvo hasta que lo sintió debajo de su trayecto etílico al Infierno.
No alcanzó ni siquiera a lamentar su dolor atropellado.
[iii] Las tripas coloreaban el
asfalto sombrío con su viveza sanguinolenta. Aún latía el corazón como un reloj
cansado, lamía sus últimos instantes la piedra de cuero que sería devorada por
gusanos. Concebiría moscas que procrearían enfermedades que expulsarían muerte
transmitida en millones de patas ansiosas de esparcir su pequeña peste por
doquier.
[iv] Las banquetas se ahogaban
en el líquido pestilente que eyaculaban las cloacas, ¡vomitaban la mierda con
que las habían alimentado! El aire levantaba el hedor y lo arrullaba entre sus
brazos oscilantes como una ramera que deshecha en el excusado infinito dentro una
bolsa de plástico el feto que le hizo un hijo de puta. Mear diabólico y cálido.
[v] ¡Apestaba a renovación!
¡El último grito se había emitido proveniente de las fauces orgánicas!
[vi] Los zapatos que oscilaban
entre mantener el balance del titán y derribarlo se cubrían de opacidad.
[vii] La Tierra se sacaba a putazos la contaminación, peleaba ya sin fuerzas por no ceder ante la estupidez
humana.
[viii] Había que arrancarse la
mugre de la piel con los dientes podridos, descarapelarla hasta que los huesos
manifestaran su fragilidad sin el arropamiento de la carne melancólica.
[ix] Lloraba de rabia el Cielo
que otrora cubriera a la voluptuosa Madre de la Vida. Era el testigo impotente
que la observaba sucumbir ante la maldad del monstruo enano.
[x] El smog despedido
por el escape de un cacharro apagó su color cuando fue aguado por los
escupitajos de la agonizante.
[xi] Él salió del anonimato
que lo resguardaba del agua. Le sonrió al desecho perruno. Vio una lengua
amoratada y unos ojos forzados a retribuirle el gesto.
[xii] Escurría la meada por
todo su cuerpo. El calor corporal se evaporaba en la humedad: las palabras
susurrantes se convertían en vaho.
[xiii] La indiferencia le dio la
espalda a la calle. Cesó el llanto térreo. Tiritaba su eje cósmico.
[xiv] En el principio fue la
calma escurrida. El silencio del suspiro hondo que nunca termina.
[xv] Unas manos transparentes
le abrieron las entrañas a las nubes, y la cascada luminosa solar penetró poco
a poco, hiriendo con sevicia la calma de los insectos que secaban sus alas con
el imperceptible rocío de su vuelo interrumpido.
[xvi] Detuvo su andar. Se
petrificó su conciencia. Contempló, sólo contempló. No existía el ruido.
Observó: sintió un árbol renovado. El verdor de las hojas le lastimó la vista
umbría de pavimento. Los ojos se le habían limpiado. Podía respirar con tal
voluntad que temía dormirse en el lapso entre suspiro y expiración. No conocía
este mundo.
[xvii] Una mariposa voló su
último latir de alas multicolores ante su incredulidad. Se precipitó después.
[xviii] El frescor atacó las
fosas nasales de los edificios personificados. Los hizo temblar: —No están
acostumbrados a respirar libertad —pensó.
[xix] El concreto erosionado
también revivió. Se agachó para recoger a la naturaleza armoniosamente muerta.
La palma de su mano fue esperanza por siglos.
[xx] Un pedo del diablo le
destroza el neuroesqueleto a un árbol viejo. Practica el fatídico ano su peluda
precisión.
[xxi] Funesto preámbulo. La
revancha atruena. Ha perdido la Tierra.
[xxii] Despiertan las blasfemias
vehiculares. El ejército vengador mata con sus pisadas rutinarias y cansadas la
apacible muerte de la mariposa. Él la aprisiona en su puño odioso.
[xxiii] Cae un gigantesco dedo
fálico sobre su risa malévola. Su fin no es infortunadamente sino el inicio de
otros como él.
[xxiv] En el único piso, ambas
cenizas son meadas por el diablo, antes de dispersarse por el sonido destructor
de un pedo.
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