miércoles, 17 de abril de 2013

XX Agreguerías. Parte XXVI.


DI.
Los teatros romanos son abanicos desplegados de piedra.



DII.
El grifo padece de gripe.



DIII.
Esas básculas antiguas de las farmacias mexicanas eran rastrillos gigantes o relojes de pie descompuestos que marcaban mal la hora.



DIV.
Agreguería sobre las agreguerías: Donde ustedes ven una silla, yo veo la letra hache.



DV.
Las olas nos sirven la cerveza espumosa a la orilla del mar.



DVI.
Los alfareros moldean sus piezas de barro al ritmo de la tornamesa.



DVII.
Los epitafios son frases lapidarias.



DVIII.
Las palomas mensajeras eran pájaros de mal agüero.



DIX.
Al abrir uno de esos refrigeradores nuevos experimento la sensación de que me subiré al ascensor.



DX.
El viento le despeinó la canosa cabellera al cielo.



DXI.
Al peje lo pescaron cuando mordió el anzuelo de la j.



DXII.
Siempre que pienso en el cementerio de elefantes me viene un recuerdo de memoria.



DXIII.
Invariablemente el rayo llega antes que el trueno cuando juegan a las carreras.



DXIV.
La prisión de Alcatraz siempre parece estar detrás.



DXV.
Cuando le saco punta al lápiz con el sacapuntas exprimo un trapo simultáneamente.



DXVI.
Los calvos no tienen con qué esconder las ideas que conciben.



DXVII.
Para las mujeres el sexo es una carrera con obstáculos.



DXVIII.
El pene observa a las mujeres desde una ranura muy pequeña.



DXIX.
A las coladeras les huele mal la boca.



DXX.
Los libros viejos vuelven a su origen: con el tiempo huelen a madera otra vez.