martes, 23 de octubre de 2012

Las agreguerías. XX Agreguerías. Parte I.








Las agreguerías.

Ramón Gómez de la Serna nació en Madrid en 1888 y murió en Buenos Aires, Argentina en 1963.

El escritor, periodista y biógrafo vanguardista español fue el creador de la greguería que se define como “agudeza, imagen en prosa que presenta una visión personal, sorprendente y a veces humorística, de algún aspecto de la realidad”.

“Ramón”, como gustaba ser llamado, se refiere al género literario que inventó como “el atrevimiento de definir lo indefinible, a capturar lo pasajero, a acertar lo que puede no estar en nadie o puede estar en todos”, y delimitó el concepto a partir de la siguiente ecuación: Metáfora + Humor = Greguería. (Para quien guste conocer más acerca de éstas, lo remito a un par de entradas donde podrá leer una selección: http://caesarisnv.blogspot.mx/search/label/Ram%C3%B3n%20G%C3%B3mez%20de%20la%20Serna).

En algunos otros pasajes de su obra el autor ensayó “explicaciones”:


Desde 1910 me dedico a la greguería, que nació aquel día de escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitado, depuración y disolución radical, la greguería. Desde entonces la greguería es para mí la flor de todo lo que queda, lo que vive, lo que resiste más al descreimiento. La greguería ha sido perseguida, denigrada, y yo he llorado y reído por eso entremezcladamente, porque me ha dado pena y me ha hecho gracia.


Desde hace tiempo tenía conocimiento de la existencia de estos pequeños textos y, aunque no recuerdo con certeza, supongo que en otra etapa de la vida los leí.

Hace poco adquirí un libro que compilaba algunos —se cuenta que Gómez de la Serna escribió ¡más de diez mil greguerías!

Había visto el ejemplar durante visitas anteriores a ferias y librerías y, por más inverosímil que parezca, sentía como si hubiera un vínculo entre nosotros: como si la curiosidad me invitara a leerlo. Después de hacerlo, puedo afirmar que, en efecto, Ramón y yo estábamos predestinados a encontrarnos.

He disfrutado muchísimo de las greguerías no sólo por lo que dicen con su brevedad contundente, sino también por la estimulación mental —el redescubrimiento del mundo cotidiano— que generan tanto literaria como vitalmente: mi percepción se aguzó y comencé a ver con la imaginación y no solamente con los ojos: “Una greguería no se busca, sino que surge espontáneamente en la mente del poeta, es la impresión de un objeto en la mente del poeta.”

Al salir a la calle se me presentan por doquier greguerías vivas que se convierten en palabras. La aparente facilidad de estos “aforismos humorísticos”, los cuales, sin embargo son desconcertadores, perturbadores, deslumbrantes..., siembran la incertidumbre, en quien los lee por primera vez, de que habrá que releerlos para comprender cabalmente tanto su significado como su sentido.

Para expresar la continuidad del género, pero al mismo tiempo establecer un nuevo comienzo en él, inventé el neologismo “agreguería”.

Ramón vivió en un mundo cambiante que experimentó los primeros pasos de la tecnología: el ferrocarril, la radio, el automóvil, la fotografía, el cinematógrafo... El tiempo transcurrió y aquellos artefactos e inventos que maravillaron a la Humanidad hoy se encuentran en museos. Sin embargo, la esencia del visionario Gómez de la Serna aún prevalece: “Una greguería es el buscapiés del pensamiento.”

“Las agreguerías son manos que se introducen en la tómbola de mi cabeza, y revuelven mi cerebro para sacar pequeños pedazos de papel de mi vida con palabras escritas en ellos” y “se encuentran en las uniones de la red que teje la araña: ahí donde el mundo converge.” Pero también son impresiones de nuestro tiempo, arraigadas profundamente a la realidad. Están escritas bajo la sociedad de consumo por un ser humano satírico. Y para comprenderlas basta con remitirse a la mitología personal y social: a los convencionalismos de los sentidos.

Quien conozca a fondo las greguerías identificará inmediatamente que las agreguerías tienen una gran deuda respecto de las “observaciones” que Ramón Gómez de la Serna hizo durante la primera parte del siglo XX: puertas que aquél dejó entreabiertas y a las que yo entré paulatinamente para descubrir lo que había más allá.







I.
El teléfono es un grito neurótico e incesante que se ahoga en la tranquilidad de nuestra indiferencia.




II.
Los mecánicos son los dentistas de los automóviles.



III.
Los dedos que golpean las teclas de la máquina de escribir salpican de letras la hoja en blanco.



IV.
Convidamos ocasionalmente a la vajilla de porcelana a compartir la mesa con nosotros.



V.
Los compradores siempre le pican los ojos al queso gruyere cuando lo señalan en las tiendas.



VI.
El tenista juega con su guitarra al revés.



VII.
Era tan frívola que creía que los maniquíes le sonreían por las compras que acababa de realizar en la tienda departamental.



VIII.
Cuando la i crece y se convierte en I pierde la pequeña pelota con que solía jugar cuando era niña.



IX.
Cuando abrimos el armario y sale un mosquito, inmediatamente queremos matarlo como si se tratara del amante de nuestra mujer.



X.
La jirafa se sube en sus zancos para ver desde arriba —y con desdén— a ese mono sin pelo que la visita en el zoológico.



XI.
Los delfines que trabajan en el parque acuático se desnucan una y otra vez contra el agua para el entretenimiento público.



XII.
El gancho de ropa abandonado fungió durante mucho tiempo como antena del televisor.



XIII.
Una silla sin aceitar es un animal herido que se queja.

                                                                          

XIV.
La caja registradora —llena de billetes y monedas— nos enseña la lengua cuando se abre para darnos el cambio.



XV.
El bebé de los fumadores le convida de su chupón a la visita que fuma, con el propósito de que ésta le retribuya el gesto con un cigarrillo.



XVI.
A pesar de que el río pasa a diario por el puente, nunca lo usa.



XVII.
El calzador es la cucharada de jarabe que se niega a tomar el zapato enfermo.



XVIII.
De-funciones continuas están hartos los primeros actores.



XIX.
El molino es el ventilador (descompuesto) del paisaje.



XX.
El agua clara nos refleja, aunque las aguas negras nos reflejan aún más.





2 comentarios:

  1. Me encanta, como siempre, la amplia investigación que antecede al objeto... y disfruto la selección tanto como el ingenio. ¡Gracias!

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    1. —Nunca cesaré de agradecerte, estimada Sara, que tengas "palabras de aliento" para mí y estas bitácoras. Realmente lo aprecio mucho, ya que la sinceridad no es algo que sobre en esta sociedad. Un saludo afectuoso.

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