domingo, 13 de enero de 2013

XX Agreguerías. Parte XXII.


CDXXI.
La imagen caricaturizada y convencional de las cigüeñas que traen a los bebés a este mundo envueltos en un pañuelo, genera en mí la de una mano que sujeta con dos dedos y aleja con repugnancia un pañal blanco rebosante de mierda.



CDXXII.
La cerveza es tan alcahueta que, después de ponerles el bigote de espuma, hace ver de mayor edad a los adolescentes que se embriagan en la taberna.



CDXXIII.
Las vaginas fuman pitillos.



CDXXIV.
La lámpara de la mesita de noche es una sombrilla a la que no le gusta el sol.



CDXXV.
Al micrófono de pedestal siempre le acomodan la corbata antes de que se dirija al público.



CDXXVI.
El hipnotista tomó clases con el reloj de pedestal.



CDXXVII.
Todos ocupan las almohadillas para descansar, excepto los sellos de goma.



CDXXVIII.
El cucú es un resorte que se le salió al colchón de la cama de la habitación de la casita del reloj.



CDXXIX.
El estornudo es un homenaje de saliva de cuerpo presente.



CDXXX.
Los bolsos mujeriles son casas ambulantes que salen a dar la vuelta por la ciudad.



CDXXXI.
Pedestales: memoria de vírgenes vestales.



CDXXXII.
Cine: teatro acondicionado con televisor gigante.



CDXXXIII.
¡Ya me imagino la cara de aquel que sacó del agua al Pescado Original!



CDXXXIV.
La bastonera lleva su hisopo durante el desfile para limpiarle los oídos al público que escucha a la banda.



CDXXXV.
El anciano marca con el bastón los latidos que le quedan en el corazón.



CDXXXVI.
En las ceremonias de entrega de premios se graban las risas falsas que posteriormente se usan en las teleseries de comedia.



CDXXXVII.
Pocos viajes son tan placenteros como convertirse en turista dominical de la ciudad en que se vive.



CDXXXVIII.
Es ofensivo que después de pagar lo que se paga en servicios públicos, el cielo de la ciudad tenga todas las estrellas fundidas.



CDXXXIX.
Cuando veo a las golondrinas me dan ganas de despedirme de la gente.

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Méx. “Las golondrinas”, canción que en realidad se llama “La golondrina”, y cuya letra se atribuye al español Niceto Zamacois, fue musicalizada por Narciso Serradel. Se ha convertido en la canción de despedida por antonomasia de la cultura mexicana. Así, la persona que la escucha en un entierro, sepelio, no puede sino sentir un nudo en la garganta cuando el mariachi interpreta: “A dónde irá veloz y fatigada/ la golondrina que de aquí se va.”



CDXL.
Siempre conocemos a alguien que se murió.






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