viernes, 21 de diciembre de 2012

XX Agreguerías. Parte XI.


CCI.
De pronto se apoderó de mí una profunda tristeza por todas las cebollas que apuñalé.



CCII.
El agua salada me sabe a sed de mar.



CCIII.
Alguien rompió el vidrio del paisaje y, de paso, me estrelló la mirada.



CCIV.
Una mujer de piernas hermosas parece no tenerlas cuando viste pantalón holgado.



CCV.
Los viejos huelen a crema de tiempo perfumada con muerte.



CCVI.
Avispa: abeja que se hizo la lipoescultura.



CCVII.
Besamos al libidinoso que babeó la mejilla de la joven mujer a la que saludamos.



CCVIII.
Los católicos que se casan al amparo de la cruz en la iglesia, se sienten en el altar como los animales inmolados en las ofrendas a los dioses “paganos” antiguos.



CCIX.
El muerto vuelve a morir cuando su prole no engendra descendencia.



CCX.
Los ministros son siniestros.



CCXI.
A la noche se le caen pedazos de murciélagos cuando agita las alas.



CCXII.
Los rayos le desgarran las entrañas a la Tierra.



CCXIII.
Inspirada en el haikú Sandía de José Juan Tablada: “¡Del verano, roja y fría/  carcajada,/ rebanada/ de sandía!”

La sandia está triste porque le arrancaron una carcajada a cuchilladas.

      

CCXIV.
El Gran Cañón tiene las rodillas raspadas de millones de años.



CCXV.
Greguería visual: ¡Maldito Walt Disney y sus películas: por su culpa ahora veo teteras que hablan!



CCXVI.
Ramón: El avestruz mete la cabeza debajo de la tierra para ver si se encuentra con el cisne que la metió debajo del agua.



CCXVII.
Gracias al ballet no puedo dejar de pensar en los avestruces cuando veo las piernas de la bailarina.



CCXVIII.
Sembradíos de crucificados. Eso son los cementerios.



CCXIX.
En los estornudos yace la memoria de los olvidados.



CCXX.
Los químicos acampan en el laboratorio, y se reúnen alrededor del mechero bunsen para asar bombones y contar historias de terror sobre armas químicas.






La imagen pertenece al fotógrafo español, Chema Madoz (1958).

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