CDXLI.
Algo —aún no sé qué— me pareció
ilógico en aquella sangrienta pelea callejera entre payasos.
CDXLII.
Al casado infiel le indigna
profundamente que le hayan adulterado la bebida en el bar.
CDXLIII.
El olor y el sabor de la comida
me despiertan la memoria de la infancia.
CDXLIV.
Todos tienen un precio en este
mundo; incluso la letra $.
CDXLV.
Los
que tienden toallas blancas en el balcón le piden públicamente tregua al
trabajo para irse de vacaciones.
CDXLVI.
Cuando un obeso gigantesco,
agitado por caminar, me habla, experimento la sensación de que el mundo se va a
acabar pronto.
CDXLVII.
¡Qué
inefable sensación debe experimentar el náufrago del amor cuando toca cuerpo
firme!
CDXLVIII.
La palabra “preámbulo” siempre
me sonó a una puerta que se abre antes de dejarme pasar.
CDXLIX.
Un chango que se cae de cabeza
“se mete un changadazo”, no un “chingadazo”.
CDL.
Quien, de espaldas, no encuentra la llave de la cerradura, se orina en nuestra imaginación.
CDLI.
Nuestras
abuelas se escarbaban la mugre debajo de las uñas mientras simulaban tejer con
sus agujas.
CDLII.
El
sillón antiguo está en cuarentena en el ático porque le brotó el salpullido de
botones.
CDLIII.
Las ballenas son estornudos de
mar.
CDLIV.
Un disco compacto con canciones
de los sesentas es un frisby, plato
volador, que regresa a nuestras manos con los recuerdos de aquella época.
CDLV.
No me parece bien que esté
prohibido correr dentro del edificio de correos.
CDLVI.
¡Qué ocurrentes aquellos padres
de la patria que nombraron a sus hijos ilustres con el nombre de las calles de
las ciudades actuales!
CDLVII.
La
radiografía es una foto fragmentada del esqueleto.
CDLVIII.
El creador le puso “los pies”
al revés al grillo.
CDLIX.
Pareciera
que la lata tiene hambre de que nos la comamos en cuanto la abrimos.
CDLX.
La tierra es anciana: lo sé por
las nubes.
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