CCCI.
El “matrimonio” siempre me ha
sonado a “martirio”.
CCCII.
Los niños que se hurgan
profundamente la nariz actualizan los antiguos ritos funerarios egipcios.
CCCIII.
Quien se come las uñas toca la armónica
del nerviosismo.
CCCIV.
La
cama de los padres es el trampolín desde el que los niños traviesos se avientan
de cabeza a la alberca sin agua.
CCCV.
Los jugadores profesionales que le muestran
a la prensa la camiseta de su nuevo equipo parecen promocionar un detergente de
ropa.
CCCVI.
Los pisos cuadrados me hacen
sentir alfil.
CCCVII.
Por culpa de las aves rapaces
crucificaron al espantapájaros.
CCCVIII.
Los carniceros se visten de blanco...
igual que los médicos.
CCCIX.
Al quitarle el condón al pene
la serpiente muda de piel.
CCCX.
Los pulsos —“fuercitas”, como
se les dice en México— son saludos prepotentes de mano.
CCCXI.
Los museos son los zoológicos
del arte, donde eventualmente nos cruzaremos con uno que otro animal.
CCCXII.
El apostador masturba a los
dados antes de lanzarlos.
CCCXIII.
El
puercoespín es un cerdo rebelde.
CCCXIV.
La vida le da vueltas en la
rueda de la (mala) fortuna al pollo rostizado.
CCCXV.
Las polainas son los grilletes
que liberarán la fuerza y la velocidad del atleta.
CCCXVI.
Al
que se le descose la costura, además de “desdichado”, bien se le puede llamar
“deshilachado”.
CCCXVII.
Uno no se percata de cuánto ha
crecido hasta que toma “jarabe para adulto”.
CCCXVIII.
Las
espinas de las rosas siempre son envidiosas de las prendas nuevas.
CCCXIX.
La última esperanza de las calcetas
es encontrar pareja en la bolsa de los calcetines impares.
CCCXX.
Los
alumnos disfrutarían más de la clase de geometría si el profesor explicara las figuras, a
partir del helado de barquillo, el trapecio del circo, la esfera del árbol de
navidad...
Imagen de Christopher Gilbert. |
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