CCCXXI.
Por la mochila repleta de
(in)útiles escolares que carga el niño sobre la espalda el primer día de
clases, podría pensarse que viajará alrededor del mundo.
CCCXXII.
Por un instante, antes de ser
devorado, el plátano pelado se sintió flor.
CCCXXIII.
Hay
palmeras que portan su falda hawaiana como si fuera una barba tupida.
CCCXXIV.
La corteza del árbol ya me
anticipa la vejez.
CCCXXV.
El vigilante del acceso
principal de la zona residencial es primo hermano del “cadenero” del centro
nocturno.
CCCXXVI.
Las mujeres que concurren a la
tienda departamental envidian la figura de los maniquíes femeninos a tal grado
de que, por venganza, compran todas las prendas que aquellos traían puestas.
CCCXXVII.
La madre del gondolero
veneciano le enseñó a barrer muy bien.
CCCXXVIII.
El teléfono celular
es el nieto del comunicador portátil, walkie-talkie.
CCCXXIX.
La resortera del rapaz le
inspiró la horqueta a la naturaleza.
CCCXXX.
Los
cruces de la ciudad, selva de asfalto, están llenos de cebras atropelladas.
CCCXXXI.
El caballero que nos ofrece un
habano directamente de la caja que tomó de su escritorio, nos presenta el arma
de la que dispondremos durante el duelo.
CCCXXXII.
El teleférico se divierte
jugando a la tirolesa.
CCCXXXIII.
“El patito feo” es algo así
como “el ganso de los cisnes”.
CCCXXXIV.
La corbata es la soga de seda
del capitalismo.
CCCXXXV.
La menorá o candelabro de siete brazos es la representación objetual hebrea
del dios hindú Visnú y sus avatares.
CCCXXXVI.
Color
mental 1: China es roja y los chinos amarillos.
CCCXXXVII.
Los enamorados nacieron de las
bancas de los parques como lo hizo Pegaso de la sangre de la decapitada Medusa.
CCCXXXVIII.
Color
mental 2: Irlanda es verde; Grecia, azul.
CCCXXXIX.
Nada duele tanto como que se
nos rompan los huevos Fabergé.
CCCXL.
Siempre me pareció que dentro
del horno de pan, hecho de adobe, dormía una tribu africana.
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