jueves, 13 de diciembre de 2012

XX Agreguerías. Parte VII.


CXXI.
Me convierto en vampiro después de beber agua de Jamaica.



CXXII.
Los bebés siempre traen conductor.



CXXIII.
Me gustan las escaleras de caracol porque siento que salgo a dar una vuelta.



CXXIV.
Cuando levanto la tapa del piano de cola, prefiero hilar una prenda a interpretar una melodía.



CXXV.
La distracción es la bodega del extravío.



CXXVI.
La noche nos acecha con los ojos del búho.



CXXVII.
Divago: en la heladería tuvieron que matar a alguien en invierno para servirme mi nieve de grosella.



CXXVIII.
No es justo que el enfermo contagie de fiebre al termómetro.



CXXIX.
Un eclipse ocurre cuando la tierra, la luna y el sol hacen un trío y no quieren que se sepa.



CXXX.
La carcacha me mira con nostalgia con sus ojos de cámara antigua como si quisiera fotografiarme para transportarme al pasado en blanco y negro.



CXXXI.
Mientras el sujeto gira la manivela de su automóvil antiguo, yo espero expectante a que el payaso salga de la caja.



CXXXII.
El corcho es el último pedazo de madera en que flota el borracho en el mar.



CXXXIII.
El caballo sospecha que algo no anda bien en el establo cuando comienza a convertirse en unicornio.



CXXXIV.
Las flores que se depositan en las tumbas de nuestros seres queridos parecen morir de tristeza con mayor rapidez.



CXXXV.
Las vías ferroviarias son las cartucheras de la sierra guerrillera.



CXXXVI.
El anfitrión de la fiesta da la impresión de ser muchas personas: el que recibe a los invitados, el que los atiende, el que hace el brindis, el que los despide...



CXXXVII.
El orador es un ególatra que habla consigo mismo en público.



CXXXVIII.
Los sonámbulos son reminiscencias de las momias de los dibujos animados.



CXXXIX.
Desde las alturas, los ríos secos semejan las venas de algún gigante dormido que se desplomó sobre la tierra.



CXL.
El erizo siempre anda con los pelos de punta.






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