CXXI.
Me
convierto en vampiro después de beber agua de Jamaica.
CXXII.
Los bebés siempre traen conductor.
CXXIII.
Me gustan las escaleras de
caracol porque siento que salgo a dar una vuelta.
CXXIV.
Cuando
levanto la tapa del piano de cola, prefiero hilar una prenda a interpretar una
melodía.
CXXV.
La distracción es la bodega del
extravío.
CXXVI.
La noche nos acecha con los
ojos del búho.
CXXVII.
Divago:
en la heladería tuvieron que matar a alguien en invierno para servirme mi nieve
de grosella.
CXXVIII.
No es justo que el enfermo
contagie de fiebre al termómetro.
CXXIX.
Un eclipse ocurre cuando la tierra,
la luna y el sol hacen un trío y no quieren que se sepa.
CXXX.
La carcacha me mira con
nostalgia con sus ojos de cámara antigua como si quisiera fotografiarme para
transportarme al pasado en blanco y negro.
CXXXI.
Mientras el sujeto gira la
manivela de su automóvil antiguo, yo espero expectante a que el payaso salga de
la caja.
CXXXII.
El corcho es el último pedazo
de madera en que flota el borracho en el mar.
CXXXIII.
El caballo sospecha que algo no
anda bien en el establo cuando comienza a convertirse en unicornio.
CXXXIV.
Las flores que se depositan en
las tumbas de nuestros seres queridos parecen morir de tristeza con mayor
rapidez.
CXXXV.
Las vías ferroviarias son las
cartucheras de la sierra guerrillera.
CXXXVI.
El anfitrión de la fiesta da la
impresión de ser muchas personas: el que recibe a los invitados, el que los
atiende, el que hace el brindis, el que los despide...
CXXXVII.
El orador es un ególatra que
habla consigo mismo en público.
CXXXVIII.
Los sonámbulos son reminiscencias
de las momias de los dibujos animados.
CXXXIX.
Desde las alturas, los ríos
secos semejan las venas de algún gigante dormido que se desplomó sobre la
tierra.
CXL.
El erizo siempre anda con los
pelos de punta.
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