CCI.
De pronto se apoderó de mí una
profunda tristeza por todas las cebollas que apuñalé.
CCII.
El agua salada me sabe a sed de
mar.
CCIII.
Alguien rompió el vidrio del
paisaje y, de paso, me estrelló la mirada.
CCIV.
Una mujer de piernas hermosas
parece no tenerlas cuando viste pantalón holgado.
CCV.
Los viejos huelen a crema de
tiempo perfumada con muerte.
CCVI.
Avispa: abeja que se hizo la
lipoescultura.
CCVII.
Besamos al libidinoso que babeó
la mejilla de la joven mujer a la que saludamos.
CCVIII.
Los católicos que se casan al
amparo de la cruz en la iglesia, se sienten en el altar como los animales
inmolados en las ofrendas a los dioses “paganos” antiguos.
CCIX.
El muerto vuelve a morir cuando
su prole no engendra descendencia.
CCX.
Los ministros son siniestros.
CCXI.
A la noche se le caen pedazos
de murciélagos cuando agita las alas.
CCXII.
Los rayos le desgarran las
entrañas a la Tierra.
CCXIII.
Inspirada
en el haikú Sandía de
José Juan Tablada: “¡Del verano, roja y fría/ carcajada,/ rebanada/ de sandía!”
La sandia está triste porque le
arrancaron una carcajada a cuchilladas.
CCXIV.
El Gran Cañón tiene las
rodillas raspadas de millones de años.
CCXV.
Greguería
visual: ¡Maldito Walt Disney y sus películas: por su culpa ahora veo teteras que hablan!
CCXVI.
Ramón: El avestruz mete la
cabeza debajo de la tierra para ver si se encuentra con el cisne que la metió
debajo del agua.
CCXVII.
Gracias al ballet no puedo
dejar de pensar en los avestruces cuando veo las piernas de la bailarina.
CCXVIII.
Sembradíos de crucificados. Eso
son los cementerios.
CCXIX.
En los estornudos yace la
memoria de los olvidados.
CCXX.
Los químicos acampan en el
laboratorio, y se reúnen alrededor del mechero bunsen para asar bombones y
contar historias de terror sobre armas químicas.
La imagen pertenece al fotógrafo español, Chema Madoz (1958). |
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