CCXXI.
Los buzos de antes llevaban una
pecera en la cabeza para pasar desapercibidos en el mar.
CCXXII.
La bruja de los cuentos
infantiles dilapidó el oro que había dentro del caldero que le robó al duende
del arcoíris.
CCXXIII.
Llamamos astronautas a los
buzos que flotan en el espacio exterior.
CCXXIV.
Seguramente a los generales
famosos de la historia les sucedía lo que a los niños con sus soldados de
plástico: no les importaba perderlos en el campo de batalla porque tenían
muchos repetidos.
CCXXV.
La mariposa es el moño con que
envolvieron la bomba de tiempo que llamamos planeta.
CCXXVI.
La Naturaleza no se obsequia a
sí misma con insignificantes ramilletes de flores.
CCXXVII.
El chaleco es una camiseta sin
mangas ni cuello que usamos en temporada de frío para que nos caliente el pecho
y se nos enfríen los brazos y la garganta.
CCXXVIII.
El aspersor escupe el chorro de
agua por el chiste que le contaron recientemente.
CCXXIX.
Alguna vez cuando defeco se me
escapa involuntariamente una lágrima por la mejilla, y me pregunto si no será
un modo inconsciente de despedirme de lo que comí.
CCXXX.
El bostezo aspira a ser un alarido
eterno; sin embargo, no es sino un grito sordo que se apaga y nos deja los ojos
anegados de lágrimas sin verter.
CCXXXI.
La perspectiva nos guiña el ojo
del anillo, mostrándonos simultáneamente la pequeñez que hay dentro de su
circunferencia, y la vastedad fuera de ella.
CCXXXII.
Seña
con la mano de que “todo está perfecto”. Anillo de dedos: catalejo por
medio del que los locos miran alejarse su cordura en el horizonte.
CCXXXIII.
El jorobado salió de casa
demasiado temprano y se olvidó de quitarle el gancho a la camisa.
CCXXXIV.
El alcohol es el lubricante
sexual de los tímidos.
CCXXXV.
Más
le habría valido al adivino no decir anoche: “Ahora sí voy a caer muerto.”
Porque eso fue precisamente lo que sucedió.
CCXXXVI.
Las agreguerías son manos que
se introducen en la tómbola de mi cabeza, y revuelven mi cerebro para sacar
pequeños pedazos de papel de mi vida con palabras escritas en ellos.
CCXXXVII.
La garza que camina ante mis
ojos es un dinosaurio que revive en mi imaginación.
CCXXXVIII.
Los caracoles son los teléfonos
desechables con que el mar se comunica con la tierra.
CCXXXIX.
Los creyentes que rezan dentro
de los templos siempre parecen estar cansados.
CCXL.
La regadera nos rebautiza con
agua de la llave.
Imagen de la película Un chien andalou, Un perro andaluz, de Luis Buñuel, que data de 1929. |
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