LXXXI.
El refresco no elimina la sed,
la endulza.
LXXXII.
El sonido del violín es
(melo)dramático.
LXXXIII.
Hay “mujeres apretadas” que
visten ropa holgada.
LXXXIV.
Aquel hombre que tuvo sexo sin
usar condón, y no embarazó a la mujer, bien puede decir que “(se) corrió con
suerte”.
LXXXV.
Cuando se va la luz, nadie sabe a
dónde.
LXXXVI.
Para lo único que sirven el
“yo” y el “superyó” es para conformar el “súper yo-yo”.
LXXXVII.
Pareciera que la sopa hirviente
se calienta más, tan pronto como oye la frase: “Me muero de hambre.”
LXXXVIII.
Cuando buscamos un libro acerca
de pintura sobre el andamio de la librería, nos sentimos pintores... pero de
fachadas.
LXXXIX.
Nuestra hambre abuchea a la
sopa caliente cuando le sopla para enfriarla.
XC.
El pobre cerdo que tuvo una
muerte horrible, vuelve a morir cuando ahorcan al chorizo que hicieron con él.
XCI.
En
algunos restaurantes lujosos, los meseros portan en el antebrazo una servilleta
para hacerle la faena al cliente, elegantemente vestido, cuando los embiste,
después de enterarse del importe de la cena.
XCII.
Las sirvientas son las amantes
de los esposos de las señoras para quien trabajan.
XCIII.
Con frecuencia pueden verse en
la ciudad perros que sacan a pasear a quien supuestamente los sacó a pasear.
XCIV.
El epigrama es un mazazo que se
da con alfiler.
XCV.
Hay mujeres que despiertan el
deseo... de correr a besar en la boca a la misoginia.
XCVI.
Gomezserniana
(Basada e inspirada en la greguería: “El camello lleva a cuestas el horizonte y
su montañita.”)
El camello carga el cielo sobre
su montaña.
XCVII.
El haikú es una fotografía
pintada con ideogramas —y en traducción, con palabras.
XCVIII.
Los hospitales son las camas de
vida y muerte del mundo.
XCIX.
La milpa se peinaba de raya en
medio con el peine del arado.
C.
El chayote es el puercoespín de
las cucurbitáceas.
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